El estrés es un proceso natural que responde a nuestra necesidad de adaptarnos al entorno, en constante cambio; pero resulta perjudicial si es muy intenso o se prolonga en el tiempo. Cualquier suceso puede dar lugar a una respuesta emocional y generar estrés, por ejemplo, el nacimiento de un niño, el matrimonio, la muerte de un familiar o la pérdida de empleo. No se trata necesariamente de eventos muy intensos, es suficiente con que se acumulen durante largos períodos de tiempo, o que la manera en que la persona los interpreta o se enfrenta a ellos le afecte negativamente.
Es importante destacar que situaciones que provocan estrés en una persona pueden resultar insignificantes para otra. Cualquier tipo de cambio puede generar tensión, pero lo realmente significativo es la manera de afrontar ese cambio, y cada persona tiene una tolerancia diferente a los problemas y un umbral del estrés distinto. Las causas que pueden generar estrés son muy variadas: mudanzas y obras en casa, exámenes, problemas de pareja, desempleo, muerte o enfermedad de un ser querido, retos en el trabajo, discusiones laborales o familiares, falta de tiempo para realizar las tareas, para dedicar al ocio, etc.
En una primera fase, el organismo trata de adaptarse a la presión y resistir, pero esto provoca una nueva respuesta fisiológica que mantiene las hormonas en alerta permanentemente. Después sobreviene la fase de agotamiento, donde la persona no puede manejar la situación, lo cual provoca sensación de angustia, deseo de huida, debilidad, insomnio…. Si perdura en el tiempo puede derivar en ansiedad, irritabilidad, miedo, nerviosismo, rumiaciones, fluctuaciones en el estado de ánimo, olvidos, dificultad para concentrarse y tomar decisiones, disfunciones sexuales… También puede incrementar el consumo de tabaco, alcohol y otras drogas. A nivel físico: fatiga, dolores de cabeza, dolores musculares, etc. Los pensamientos más comunes en las personas que sufren estrés se refieren a temor al fracaso, excesiva autocrítica y anticipación de sucesos negativos.
¿QUÉ PODEMOS HACER?
Es importante el adecuado descanso, dormir suficiente y saber desconectar de los problemas del trabajo cuando acabe la jornada laboral. Para ello es fundamental aprender a organizarse, saber distribuir el tiempo para poder descansar, y establecer prioridades cuando no sea posible terminar todas las tareas. Es necesario tomar decisiones siguiendo un proceso lógico, sin huir de los problemas, y afrontándolos para decidir la mejor alternativa en cada caso. También ayuda el realizar algún ejercicio físico, porque además de liberar tensiones propicia las relaciones sociales.
La terapia cognitivo-conductual puede ayudar al dotar de recursos para manejar los pensamientos negativos: la tendencia a exagerar las consecuencias negativas de un suceso o situación, los análisis catastrofistas, sufrir por problemas que no existen y hechos que no han sucedido todavía, etc. También es importante aprender a relacionarse bien con uno mismo y con los demás. Es bueno quererse y tratarse bien. Si se ha hecho bien una cosa, felicitarse por ello y, si se ha fallado, reconocer que en ese caso no se ha actuado correctamente e intentar rectificar los errores, sin culpabilizarse ni tener pensamientos negativos sobre uno mismo. Buscar apoyo social ante las dificultades y tener una sólida red social son factores de protección del estrés y otros problemas añadidos.